La violencia de género como violencias cotidianas.
Velázquez, Susana (2003). Violencias
cotidianas, violencias de género. Escuchar, comprender, ayudar. Paidos.
Buenos Aires.
Tanto las
mujeres como los varones suelen ser objeto y sujeto de violencia, aunque la
situación de subordinación social de la mujer favorece que ésta se transforme,
con mucha mayor frecuencia, en la destinataria de violencias estructurales y
coyunturales. Podemos enterarnos de la violencia cuando invade el ámbito
público mediante la crónica policial o cuando se establece una norma de
visibilidad de los hechos violentos, considerados como “naturales”, en la que
se entremezclan lo “público” – la violencia como realidad que padecen las
personas- y lo privado –la intimidad de las personas violentadas. La narración
la vuelve ostentosa, casi obscena cuando promueve una hipertrofia del escuchar
y del ver.
Esta exposición
pública cambia de lugar a la violencia y la introduce en la vida de quienes la
miran o la escuchan como un hecho más. Así, domesticada y convertida en objeto
que se puede tolerar y consumir, la violencia queda neutralizada, anulándose,
en muchas personas, su carga negativa y la censura, o se recurre a mecanismos
de evitación o rechazo como forma de eludir el malestar que provoca ver y
escuchar sobre hechos violentos.
Los mitos y
estereotipos conforman el imaginario social acerca de los hechos de violencia
contra las mujeres, este imaginario, señala Eva Giberti (1989) “responde a la
dinámica de complejos procesos sociales que, en forma de ideologías,
privilegian determinados valores, opacando o postergando otros, proponiendo o
defendiendo distintas éticas que se autodefinen como las únicas y las mejores”.
Este imaginario social actúa sobre el imaginario personal, transformando la
ideología que lo promueve en pensamientos y acciones inmutables
y excluidas de todo cuestionamiento.
Estas creencias persisten y se reproducen
por consenso social y perpetúan una eficacia simbólica que opera como la verdad
misma, se minimizan o se niegan los hechos de violencia considerándolos
“normales” “habituales”, se desmienten las experiencias de la mujer y se desvía
la responsabilidad de los agresores.
Se descontextualiza a las personas
violentadas considerándolas singularidades aisladas que deben permanecer en el
secreto y el silencio. Un silencio que por un lado, ejerce la sociedad, y por
otro, las víctimas, desmintiendo los mecanismos sociales de producción y
reproducción de las violencias cotidianas.
Plantearse la necesidad de un
saber comprometido y responsable permitirá elaborar diversos modos de
acercamiento y apoyo a las personas agredidas para impedir su exclusión
psicológica y social.
Violencias y género.
Violencias y género.
Definición de Naciones Unidas 1993:
“es todo acto de violencia que tenga o puede tener como resultado un daño o
sufrimiento físico, sexual y psicológico para la mujer, inclusive las amenazas
de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si
se producen en la vida pública como en la vida privada”
Definición de Convención de Belem Do
Pará, OEA, 1994: “La violencia contra la mujer es cualquier acción o conducta,
basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o
psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”.
La palabra “violencia” indica una
manera de proceder que ofende y perjudica a alguien mediante el uso exclusivo o
excesivo de la fuerza. Deriva de “vis”: fuerza. El mismo origen etimológico
tienen las palabras violar, violento. “Violentar”significa ejercer la violencia
sobre alguien para vencer su resistencia, forzarlo de cualquier manera a hacer
lo que no quiere.
Sin embargo, centrarse en el uso de la
fuerza física omite otras violencias en las que ésta no se utiliza y que se
ejercen por imposición social o por presión psicológica (violencia emocional,
invisible, simbólica, económica), cuyos efectos producen tanto o más daño que
la acción física. Estas diferentes formas de violencia se evidencian y estudian
a partir de los estudios de género que permitieron identificarlas y vincularlas
con pautas culturales y sociales diferenciales para varones y mujeres.
La omisión se puede comprender como
una estrategia de la desigualdad de género: si las violencias se consideran
"invisibles" o "naturales" se legitima y se justifica la
arbitrariedad como forma habitual de la relación entre los géneros. Definir la
violencia contra las mujeres implica describir una multiplicidad de actos,
hechos y omisiones que las dañan y perjudican en los diversos aspectos de sus
vidas y que constituyen una de las violaciones a sus derechos humanos.
Qué es la violencia de género y por
qué se ejerce mayoritariamente sobre las mujeres?: la violencia, entonces, es
inseparable de la noción de género porque se basa y se ejerce en y por la
diferencia social y subjetiva entre los sexos. Enfocar el estudio de la
violencia sin tener en cuenta al género lleva a un callejón sin salida.
El
género implica una mirada a la diferencia sexual considerada como construcción
social (Mary Nash, 2001). Nash propone considerar al género como una
interpretación alternativa a las interpretaciones esencialistas de las
identidades femeninas y masculinas, estas no son producto de la naturaleza sino
una construcción social.
El concepto de género va a situar a la organización
sociocultural de la diferencia sexual como eje central de la organización
política y económica de la sociedad. El discurso de género de este nuevo siglo
a pesar de su posibilidad de adecuarse a los cambios socioculturales, no se funda
aún en el principio de igualdad. Y esta desigualdad es una de las causas
centrales de la violencia.
Desde el psicoanálisis, Dio Bleichmar
(1985:38) destaca que el concepto de género va a responder al agrupamiento de
los aspectos psicológicos, culturales y sociales de la feminidad/masculinidad,
y se diferencia del de sexo porque éste está definido por componentes
biológicos y anatómicos. Resalta el carácter significante que las marcas de la
anatomía sexual adquieren para los sujetos a través de las creencias de la
cultura.
El centro de la definición de género
se va a asentar en la conexión integral de dos proposiciones: el género es un
elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que
se perciben entre los sexos, y es una manera primaria de significar las
relaciones de poder. El género es un campo en el cual, o a través del cual, se
articula y distribuye el poder como control diferenciado sobre el acceso a los
recursos materiales y simbólicos. El género está involucrado en la construcción
misma del poder (Scott, 1993)
Desde estas perspectivas que
comprometen los aspectos psicológicos, sociales y culturales de la diferencia
entre los sexos y revelan la forma en que se distribuye el poder, vamos a
interpretar a la violencia.
Efectos psicosociales.
Violencia de género: abarca todos los
actos mediante los cuales se discrimina, ignora, somete y subordina a las
mujeres en los diferentes aspectos de su existencia. Es todo ataque
material y simbólico que afecta su libertad,
dignidad, seguridad, intimidad e integridad moral y/o física. Si interrogamos a
la violencia ejercida y basada en el género, se hacen visibles las formas en
que se relacionan y articulan la violencia, el poder y los roles de género. La
asunción acrítica y estereotipada de estos roles genéricos llevará al ejercicio
y abuso de poder y esto determinará una desigual y diferencial distribución de
poderes generando otra de las causas centrales de la violencia de género. Son
violencias cotidianas que se ejercen en los ámbitos por los que transitamos día
a día.
Uno de los principales efectos de las
violencias cotidianas contra las mujeres es la desposesión y el quebrantamiento
de la identidad que las constituye como sujetos. La violencia transgrede un
orden que se supone que debe existir en las relaciones humanas. Se impone como
un comportamiento vincular coercitivo, irracional, opuesto a un vínculo
reflexivo que prioriza la palabra y los afectos que impiden la violencia. Es
una estrategia de poder que imposibilita pensar y que coacciona a un nuevo
orden de sometimiento a través de la intimidación y la imposición que
transgrede la autonomía y libertad del otro.
Uno de los fenómenos más traumáticos
producto de la violencia y estudiado por la psicología, el psicoanálisis y los
estudios de género es el fenómenos de la desestructuración psíquica: perturba
los aparatos perceptual y psicomotor, la capacidad de raciocinio y los recursos
emocionales de las personas agredidas impidiéndoles, en ocasiones, reaccionar
adecuadamente al ataque.
Datos de UNIFEM confirman que la
violencia fe género es un problema de salud pública, destacando que esa
violencia es un obstáculo para el desarrollo económico y social porque inhibe
la plena participación social de las mujeres. Los efectos de las lesiones
corporales y psíquicas comprometen severamente su trabajo y creatividad. Las
consecuencias de la violencia sobre la salud física son, entre otras,
enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, abortos espontáneos,
dolores de cabeza crónicos, abuso de drogas, alcohol, discapacidad permanente o
parcial. Las consecuencias para la salud mental son el estrés postraumático,
depresión, desórdenes del sueño y de la alimentación y resultados fatales como
el homicidio y el suicidio.
Hay que considerar estrategias de
prevención para combatir y erradicar la violencia de género, centrándose en las
causas profundas del problema a fin de ofrecer apoyo y asistencia específica.
Será necesario organizar espacios para la sensibilización de la comunidad en
esta problemática, para el conocimiento de los DDHH (derechos humanos), para la capacitación de
los profesionales, de los medios de comunicación y funcionarios de salud,
justicia, policía, educación, etc y para promover el funcionamiento de
servicios especializados de asistencia, prevención e investigación en violencia
de género.
Sobrevivir a la violencia: los
alcances de una crisis.
La crisis y sus elaboraciones
constituyen un modo de existencia de la subjetividad. Dos acepciones de la
palabra crisis:
1- Indica dificultad, riesgo, peligro, la crisis provoca una
ruptura en la continuidad del ser y en sus relaciones con el medio. En las personas
que padecen violencia, el equilibrio psíquico con el que podían contar con
anterioridad a un ataque se quiebra. La crisis desencadena vivencias de
padecimiento, temores, fantasías específicas que pueden promover, en la persona
violentada, el riesgo de enfermarse.
2- La otra acepción de crisis es la
que pone de relieve el cambio, la decisión, la oportunidad. Implica el análisis
crítico y reflexivo de los hechos que la desencadenaron. Crisis significa
entonces ruptura de un equilibrio anterior y la búsqueda de un nuevo equilibrio
que la misma situación crítica desencadena. Ésta puede dar lugar a diferentes
formas de resolución en el contexto de la violencia: desorganización psíquica
(arrasamiento de la integridad psíquica) , mecanismos de sobreadaptación,
procesos de transformación (darle sentido a lo padecido y reestablecer la
continuidad entre el pasado y el futuro mediante la comprensión del presente).
La noción de crisis comprende: 1- el
impacto que produce el hecho violento que la desencadenó y 2- el trabajo que
debe realizar el yo para su resolución.
En las crisis desencadenadas por
acontecimientos traumáticos, el aparato psíquico es invadido por cantidad de
estímulos para los que no está preparado, tomando por sorpresa al yo y
provocando su desborde y generando fenómenos desorganizativos del psiquismo. A
la víctima le sucedió algo que su experiencia previa y su disponibilidad
psíquica no le permiten procesar por la masividad del estímulo.
Efectos en la
subjetividad.
Los efectos de la violencia dependerán
para la resolución de la crisis, de una serie de factores que se articulan en
forma variable: tipo de agresión padecida, tiempo de duración de la agresión,
gravedad de la agresión, personalidad previa al ataque, apoyo familiar y
social.
La mujer agredida experimenta,
posteriormente al ataque, un incremento de la ansiedad y la angustia. Se siente
insegura, con rabia y miedo, humillada y avergonzada por el hecho de agresión
en que estuvo involucrada contra su voluntad. Manifiesta desconfianza, malestar
consigo misma y los demás, se siente culpable, duda de las actitudes que tuvo
antes o durante la situación de violencia y tal vez hasta crea que ella la
provocó.
La mayoría de mujeres atacadas
muestran a posteriori una marcada disminución de la autoestima y de la
confianza en sí mismas. La posesión por parte del agresor, de lo que es propio
de la mujer (el cuerpo, la sexualidad, la privacidad) la hace sentir
pasivizada, burlada, con mucha "rabia". Sentimiento de humillación. Según Giberti, la vergüenza opera en
el imaginario como un ordenador psicológico y social del género mujer, siendo
considerada una cualidad femenina constitutiva de la subjetividad.
En algunos casos recibirá el apoyo y
la comprensión a los que tiene derecho, pero en otros, la agresión física y/o
sexual de la que fue objeto promoverá comentarios y críticas que convalidan que
estos hechos ocurren cuando las mujeres no se ajustan a los estereotipos
femeninos.
La adhesión acrítica al imaginario que
justifica los actos de violencia contra las mujeres, culpabiliza a la mujer
agredida generando un efecto paradójico: falta vergüenza allí donde debería
haberla y se extrema la vergüenza en la mujer que fue violentada.
Defensas y recursos de las mujeres.
El bloqueo afectivo
producto de un suceso de fuerte carga traumática, hace que estas mujeres no
muestren enojo, tristeza, ni lloren, sino simplemente informen. Otras, rechazan
u olvidan algunos momentos del acto violento, la presencia de armas o las
maniobras físicas del agresor, otras niegan lo sucedido y actúan como si no les
hubiera pasado a ellas. Los mecanismos psíquicos que pueden implementar algunas
mujeres atacadas son procesos defensivos que tienden a evitar el desarrollo de
ideas y afectos intensamente displacenteros. Los mecanismos defensivos, que
tienen por finalidad la reducción urgente de las tensiones que surgen frente a
peligros de la realidad externa e interna, actúan cuando aparecen situaciones
conflictivas como los hechos violentos.
Las mujeres agredidas disponen además
de los mecanismos defensivos, de otros
recursos que utilizaron antes o durante el ataque: persuasión, chantaje
emocional, seducción, promesas, son maneras de aferrarse a la idea de vida y
sentir que se puede tener controlado el peligro, son medios para lograr el reaseguro
y autovaloración.
Los caminos de la crisis.
La crisis promovida por la violencia
puede orientarse por lo menos en dos direcciones: en una predomina la
autocompasión, el sufrimiento y el dolor que pueden llevar a conductas
depresivas o a conductas vindicativas que si persisten a lo largo del tiempo
paralizan a la mujer en el lugar de víctima. La otra vía impulsará a que los
afectos implicados en la crisis se reorganicen y promuevan con el tiempo, la
reflexión crítica sobre la situación violenta y sus efectos (pasaje de una
mujer pasivizada por el sufrimiento a ser una mujer dispuesta a implementar una
actitud crítica frente a éste, el juicio crítico cuestionará la injusticia de
la que fue objeto e irá promoviendo una actitud reflexiva acerca de lo que originó
la crisis).
El juicio crítico posibilita objetivar
la situación e integrar lo que pasó con lo que ahora se piensa y siente, de
modo de lograr un mayor control sobre sí y sobre los efectos de la violencia.
Transitar la crisis con estos
componentes significa adquirir un sentimiento de autonomía que permitirá
desprenderse de las representaciones del acto violento y del agresor,
diferenciarse y tomar decisiones. En el caso contrario, la mujer quedará
atrapada en la resignación y el pasivo acomodamiento a los estereotipos
femeninos de indefensión y vulnerabilidad.
Para la desvictimización de las
mujeres resulta eficaz un proceso que promueva, como dice Giberti, que en lugar
de aceptar pasivamente la experiencia de la violencia, ésta se desatribuya, lo
que significa poder expulsar de sí lo nocivo y perjudicial. Poner en marcha el
juicio de desatribución, significa conectarse de distintas formas con la
experiencia vivida. La crisis debe ser pensada como cambio, decisión y
oportunidad, es un estado de transición que estimula situaciones de cambio: de
ser víctima pasiva y sufriente a ser sujeto activo y crítico de las condiciones
que determinaron la violencia.
La palabra, el diálogo significativo
con otro, proveerá a las mujeres agredidas, de espacios protegidos y
continentes en los que se puedan incluir tanto el dolor, el resentimiento, el
odio y la venganza como la autonomía, la autoafirmación y los deseos de
recuperación.
Las EPS subsidiadas o contributivas, por la Ley 1257 deben atender desde la salud mental, el alojamiento, transporte y alimentación a las mujeres víctimas de la violencia de sus parejas, exparejas y/o de cualquier otro tipo de agresor que incurra en cualquiera de los cinco tipos de violencia que tipifica la ley: violencia física, psicológica, sexual, económica y patrimonial.